Escucharlo hablar es un deleite. No sólo por lo que dice, sino por la manera en que lo dice: con lentitud, sin academicismo, con displicencia y respeto. Con autoridad. Y es que el filósofo Hugo Bauzá es uno de los expertos más reconocidos en cultura clásica. "Los antiguos nos siguen hablando", advierte. Y ratificó de esta manera aquella máxima de Miguel de Unamuno que pregona: "para novedades, lo clásico". De hecho, en la charla que brindó en Tucumán, invitado por la Fundación Miguel Lillo (que lo distinguió como miembro de honor de la institución), Bauzá dejó en claro que la historia no es un saber encerrado en el pasado sino que se trata de una expresión viviente, perpetuamente resemantizada.

- La gente piensa que la antigüedad clásica es algo que no sirve de mucho en el presente, que es sólo para poblar bibliotecas... ¿Esto es así?

- Para nada. Lo clásico es ese punto de convergencia donde la eternidad y el tiempo se enlazan. O al menos, el instante en el que la eternidad se manifiesta por medio del tiempo. Hay una frase muy conocida de Cicerón que habla de la historia como magistra vitae, es decir, la historia como enseñanza de vida. En este sentido, Friedrich Nietzsche, en sus "Consideraciones intempestivas", habla de una historia monumental que opera como lastre, impidiendo mirar hacia adelante. Y también habla de una segunda historia, que los expertos llaman "historia crítica". Se trata de una historia perpetuamente visitada y repensada. Porque lo interesante de la historia son sus posibles miradas. Evidentemente, la historia está hecha siempre por el vencedor. La clave sería rescatar los discursos silenciados, que son los discursos de los vencidos. Cuando yo era muchacho, por ejemplo, se hablaba de Napoleón como de un héroe máximo. Hoy en día, a la luz de los trágicos hechos de la Segunda Guerra Mundial, uno advierte que los regímenes totalitarios han sido y son peligrosos. Y cuando uno piensa lo que hizo Napoleón, a favor de Francia pero en desmedro del resto de Europa, la imagen de aquel héroe se derrumba.

- ¿Hay una suerte de renacimiento de la cultura clásica?

- Sin lugar a dudas. Aunque no en todos lados por igual. En Latinoamérica, el hecho de que en los colegios secundarios se haya eliminado primero el griego y luego el latín ha provocado un opacamiento de la cultura clásica. Cuando en la universidad a un alumno que ha leído a Karl Marx o a Friedrich Engels, de golpe le empiezan a enseñar las "Declinaciones latinas", se incurre en un aparente contrasentido histórico. Pero la enseñanza de las "Declinaciones latinas" puede llevar al alumno a leer a Virgilio o a Cicerón en su idioma original. Universidades prestigiosas como Oxford o Cambridge insisten siempre en el estudio de lo clásico, porque es lo que perdura por siempre. Basta leer a un autor clásico para darse cuenta de que en él están los valores básicos de lo humano. Sófocles, por ejemplo, tiene una vigencia insospechada. Uno lee su obra y parece que nos estuviera hablando al oído.

- ¿Es decir que los antiguos nos hablan hoy?

- No hoy. Nos hablan siempre. Reitero: clásico es el instante en el que la eternidad y el tiempo parecieran darse la mano. En lo clásico uno ve lo imperecedero.

- ¿Cómo se debe abordar la lectura de un clásico? ¿Por dónde hay que empezar?

- Antes de comenzar hay que hacer una reflexión. ¿Qué pasaría si dentro de 15 siglos alguien encontrara, por ejemplo, el libreto de una ópera de Verdi? Probablemente quedaría conmovido por las palabras del libreto. Pero si esto llega a suceder, se omite todo lo operístico, que sería la parte musical. Y con las obras clásicas ha pasado eso. De Esquilo, Eurípides o Sófocles, por hablar sólo de dramaturgos, nos queda sólo una mínima porción de su obra. Nos queda sólo el texto. Pero eso basta para mantener intacta la potencia de su mensaje. Dada esta advertencia, me parece que si alguien quiere adentrarse en la cultura clásica yo le sugeriría comenzar por leer Sófocles, que es algo extraordinario. Los dos Edipo ("Edipo rey" y "Edipo en Colono") pueden iluminar algunas partes sombrías de nuestro ser. En este sentido, la historia de Sigmund Freud es bastante reveladora. Su gran deseo no era ser médico, sino arqueólogo. Le tocó vivir en la época en la que Carter descubrió la tumba de Tutankamón y todo joven culto soñaba con ser arqueólogo. Por razones económicas no pudo estudiar arqueología. Sin embargo, con la psicología pudo después cumplir su sueño: hizo arqueología con el alma del ser humano. Y lo consiguió gracias a los clásicos. No hay que olvidar que todo el psicoanálisis arranca de la lectura de personajes de la antigüedad clásica, donde la figura de Edipo ha cumplido un rol relevante.